Clínica Dental Amador fue fundada en 1986 por Amador Álvarez García, doctor en medicina y especialista en estomatología. A ella le dedicó toda su vida profesional hasta su fallecimiento en Diciembre de 2014. Hoy, los que formamos parte de esta clínica que él fundó, queremos compartir las reseñas que publicó el Colegio Oficial de Dentistas de Pontevedra y Ourense en su boletín bimensual de marzo/abril 2015.

El pasado mes de diciembre, amigos, ha fallecido nuestro compañero Amador Álvarez García.

Si bien nunca es fácil esbozar unas líneas con las que dibujar a manera de In Memoriam los trazos de una fructífera vida, resulta cuando menos imposible hacerlo con objetividad a quien como servidor se honró con su amistad leal. Pero como él se enfadaría si lo hiciese dejándome ganar exclusivamente por la emoción, me ceñiré a su racional ortodoxia.

Médico por encima de todo, dotado de un pensamiento científico integral, Amador abrazó la Estomatología con el mismo entusiasmo, rigor y dedicación con el que podría haber abrazado cualquier otra especialidad médica.

De ello pueden dar fe los numerosos pacientes que a lo largo del último cuarto de siglo lo han visitado en Cangas do Morrazo. Su clínica era su pasión y a ella nunca escatimó sacrificios, tiempo -mucho tiempo- ni esfuerzos personales.

Y esto es lo que acaso puedan nos conocer todos sus pacientes. Poco o nada saben, aquellos que se consideraron sus “clientes”, del denodado y riguroso afán con el que Amador acometía el estudio particular de cada caso. Pocos conocen el escrupuloso análisis al que sometía el plan de tratamiento idóneo para cada paciente, en base precisamente a su individualidad, como ser humano, en todos los ámbitos. Su escasísima concepción mercantil de la profesión fue siempre anulada por la exigente conciencia con la que impregnaba cada día su quehacer odontológico.

Su indomable espíritu científico le llevó a aunar Odontología y Ciencia en el desarrollo de una tesis doctoral, de cuyos avatares e importancia nadie mejor que su amigo y director, el profesor doctor Ángel Carracedo, puede decirnos algo:

“Es difícil para mí hablar de Amador solo desde el punto de vista científico porque ante todo era una maravillosa persona que amaba a su familia, a sus amigos y a su profesión.

Era extraordinario desde el punto de vista humano, bueno, honesto y con un equilibrio que pocas personas llegan a alcanzar. Le entristecía enormemente la orientación comercial que había tomado una parte de la profesión y admiraba a aquellos que ponían, como él, su prioridad en el paciente y eran estos objeto de sus desvelos y atención permanente.

Fue muy feliz en sus últimos meses al ver cómo el cariño que nos dio a todos, familia, amigos y pacientes se le devolvía, multiplicado con creces decía él pero yo creo que es imposible devolver todo lo que nos dio.

Su etapa de la tesis doctoral fue muy bonita para él y también para mí. Era muy buen científico y además uno de los comunicadores mejores que conocí. ¡Ya nos gustaría tener docentes que supiesen transmitir como él! Para su investigación depositábamos piezas dentarias en las condiciones más adversas hasta llegar a someterlas a enormes temperaturas y observábamos qué pasaba con el ADN. En la tesis hizo un descubrimiento de enorme importancia forense al observar que los fragmentos más pequeños de ADN se conservaban preferentemente sobre los de mayor tamaño y eso provocó una revolución en los procedimientos de análisis y en el tipo de marcadores genéticos que se utilizan hoy día. Su principal trabajo publicado en el International Journal of Legal Medicine en 1996, entonces la de más impacto en Medicina Legal, tuvo una enorme repercusión y es, todavía hoy, citado frecuentemente.

Pero no solo sus trabajos serán recordados e imperecederos. Para todos los que lo conocimos y quisimos, seguirá vivo su recuerdo y su ejemplo día a día para siempre»

Su amigo, compañero de estudios y odontólogo en ejercicio, German Fente Pardo:

Amador era deportista de nación. Su pasión por el tenis de mesa le llevó a arrimar el hombro en la creación de un equipo de dicha especialidad, el Cinania TM, al que incluso apoyaría como espónsor en alguna temporada.

Su indoblegable espíritu competitivo le permitió plantar cara con todas sus fuerzas al único enemigo que, en vida, acabaría venciéndolo. Fue un partido a numerosos y durísimos sets. Y, cuando al fin hincó la rodilla, lo hizo sonriendo. Estoy seguro de que marchó pensando en la pírrica victoria que su adversario le había infringido. Y en lo que de ella, acaso, otras personas pudieran beneficiarse en el futuro. Así me lo hacía constar, apenas unas semanas antes de su fallecimiento.

Quisiera, en nombre de sus compañeros de vida profesional, enviar a su esposa Gloria -médica como él, y sabedora de todo lo que torpemente querríamos expresar con estas líneas y a sus magníficos hijos, Adrián y Édgar – a los que deseamos sean un reflejo de su padre en todos sus derroteros vitales- un fuerte abrazo en señal del dolor que su ausencia deja, también, entre los dentistas de su entorno«

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